Hoy comenzaré este artículo con un ejemplo que me sucedió un día. Un ejemplo que estoy seguro os ha pasado a vosotros también en alguna ocasión.
Una mañana, antes de salir de casa, no encontraba las llaves de mi coche. No recordaba dónde las había dejado la noche anterior. Sabía que tenían que estar en algún lado, aún así me sentía fatal porque estaba perdiendo un tiempo precioso buscando algo que seguramente tenía delante de mí, y que no acertaba a ver. En ese momento decidí ir al trabajo en transporte público, algo que ¡¡como no!! me sirvió para buscar el sentido positivo a la situación. Y lo encontré cuando entendí que todo pasaba por ser capaz de organizar absolutamente todas las cosas.
Pues si. La clave está en la organización. Una organización que no debe ser precisamente estándar, aunque si efectiva. ¿Cuánto tiempo y esfuerzo malgastamos yendo de un lado para otro haciendo millones de cosas, todas ellas inacabadas, que lo único que consiguen es que terminemos cada día absolutamente agotados y sin haber cerrado nada de lo que nos habíamos planteado hacer cuando comenzamos la jornada?
Y hablo de plantear, aunque eso nunca ocurre. Lo que ocurre es que desde el primer momento, y sin ningún tipo de pauta empezamos a ir de aquí para allá, dejando que sea el propio día y todas las voces que tenemos a nuestro alrededor, quienes nos manejen sin ningún tipo de criterio, para ser nosotros mismos los que acabamos absolutamente frustrados al ver que después de tanto esfuerzo, ineficaz por otra parte, éste no ha servido de nada.
Cuando existe una organización, y al haber invertido previamente el tiempo de manera adecuada, sabemos que debemos hacer en cada momento. Y no sólo nosotros, sino nuestros colaboradores. Ese modo es el más eficaz para saber realmente cuántas personas necesitamos en nuestros equipos. No siempre el tener más efectivos nos asegura mejores resultados, porque cuando las personas no saben cuales son sus funciones, por mucho talento que puedan tener terminan siendo improductivas. Sin embargo, cuando hay una organización eficaz y una gestión adecuada de los equipos, es cuando realmente podremos analizar si estamos trabajando con el número correcto de personas.
Una respuesta habitual de personas con responsabilidad de dirección que no tienen conciencia de la importancia de la organización, y que son ellos mismos quienes siempre están de aquí para allá intentando acaparar todo, sin saber, y en muchas ocasiones sin querer delegar, es decir “me faltan personas”. Y cuando te pones a analizar te das cuenta de que no es que le falten personas, sino que lo que le falta es tener dos cosas. Una, la capacidad de organizar a las que tiene, y dos, poder clonarse a sí mismo para así poder seguir intentando llegar a todos sitios y continuar con su victimista estrategia. Estrategia que puede haber sido no buscada, aunque por su propia incapacidad es la que desarrolla.
Los beneficios que podemos conseguir a través de una buena organización van mucho más allá. El primero de todos es que nos permitirá concentrar nuestra atención en hacer nuestro verdadero trabajo y en las cosas que son realmente importantes, y que en muchas ocasiones no hacemos por estar en veinte tareas a la vez. Tareas que además pueden ser seguro delegables en nuestros colaboradores, algo que además nos permite mantenerles motivados al hacerles ver que contamos y confiamos en ellos. No se trata de dosificar el esfuerzo, sino que se trata de invertirlo y concentrarlo en aquello que es necesario en cada momento. Y es que, como decía aquel, “la potencia sin control no sirve de nada”.
Las ganas de querer llegar a todo hacen que no lleguemos a ningún sitio ya que finalmente terminamos bloqueados, exhaustos y frustrados. Da igual cuánta energía sea invertida porque toda ella será malgastada. Y no sólo la energía, sino lo más importante de todo, el tiempo. Por eso organizarse y organizar, incluyendo por supuesto el delegar, es la primera de todas las prioridades, y una función que un líder debe saber desarrollar y ejecutar ya que es una responsabilidad absolutamente suya, y si hay algo que no es delegable es eso, la responsabilidad. Nunca hay que ponerse en marcha sin antes saber a dónde se va exactamente. Acabar perdidos nunca es una buena opción.
El tiempo no es más que el periodo que transcurre entre lo que hacemos y lo que dejamos de hacer, y las horas que tiene un día son las mismas para todos. Sin embargo, cuando invertimos un poquito del mismo en organizar, nos permite enfocarnos en lo realmente importante, nos mantiene concentrado en ello, y termina por hacer que el esfuerzo merezca la pena hacerse más allá del resultado que obtengamos con él, porque, aunque haciendo esto el éxito no está garantizado, lo que sí está es haber puesto nuestra plena atención en ello. De lo contrario siempre encontraremos una excusa para justificar el no haberlo alcanzado.
Por eso, antes de ponernos en marcha, asegurémonos de saber a donde vamos Recordemos siempre que las personas de nuestros equipos van detrás de nosotros, y sus posibilidades de alcanzar la meta, que no son ni más ni menos que las nuestras, dependerán de tener muy claro el camino por el que tendrán que transitar. Y es que así tanto nosotros como ellos podremos llevar el “calzado” adecuado. Porque sabremos con antelación por donde tendremos que pisar.
Una vez que lo hayamos hecho y dado el primer paso, abramos bien los ojos, porque a partir de ese mismo momento, nuevas y mejores oportunidades comenzarán a surgir. Las mismas que había antes, y que sin embargo no habíamos visto porque, simplemente, “no teníamos tiempo”.
Por cierto, desde aquel día en el que comprendí que organizar bien era la clave de todo, y ayudado seguro por la dureza del asiento del bus, que menudo viajecito me dio, nunca más he vuelto a tener que buscar las llaves del coche. Siempre las dejo en el mismo sitio. Cuestión de organización.
José Lorenzo Moreno López
©jlml2019
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