¿Qué pasaría si...? ¿No será que...? Esto son solo dos ejemplos de preguntas que continuamente nos hacemos. Y más que preguntas podemos decir que son dudas. Dudamos de hacer o no hacer algo. Dudamos de cómo podrían ser las cosas.
Una duda es una duda hasta que hacemos algo al respecto con ella. Por más tiempo que estemos dándole vueltas no saldremos de ella. Solamente lo haremos cuando tengamos el valor de descubrir lo que alberga. Y ese descubrimiento lo haremos a través de poner en marcha acciones que vayan encaminadas a despejar las incógnitas que nos generan esas dudas.
Ocurre que en ocasiones preferimos "marear la perdiz" por tiempo ilimitado con el único motivo de evitar que el resultado que obtengamos haciendo algo salga negativo, sin ser conscientes de que cuanto antes lo sepamos, antes podremos poner medidas para revertir la situación.
También están quienes creen que si sus dudas son despejadas en positivo tendrán que ser constantes manteniendo sus acciones en el tiempo. Aquí ya estamos hablando de mediocridad en primer grado.
Sea cual sea nuestro pensamiento, la única certeza es que, una duda mantenida indefinidamente no nos llevará a ningún sitio más que a perder un tiempo valioso que luego además echaremos en falta para realizar otras tareas.
La acción nos lleva a resultados tangibles, y cualquiera que sea el mismo, nos servirá de motivación y herramienta de crecimiento, porque el negativo nos motiva a cambiar y a hacer cosas distintas, y el positivo nos motiva a continuar y a compartir nuestras acciones con los demás.
Dudar es bueno, siempre que sea para aplicar acción después. Dudar de todo y de todos, por tiempo ilimitado, no tanto. Dudar un momento mientras decidimos nuestro plan de acción está bien. Dudar eternamente para evitar tomar la iniciativa no es tan bueno. Dudar puede ser un freno, o un impulso.
Cómo gestionar las dudas depende exclusivamente de nosotros.
José Lorenzo Moreno López
©jlml2019
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