El título de este artículo puede sorprender. Lo sé, y aunque entra dentro de mi “chaladura” creativa, voy a explicarlo porque tal vez lo que a simple vista sea una pequeña locura, termine por ser una gran realidad.
Siempre he creído, proclamado, y defendido, que no creo en la suerte, que la misma es cuestión de actitud, y que al fin al cabo, todo es cuestión de probabilidades, ya que la suerte no llama a la puerta, sino que espera a que nosotros estemos dispuestos a encontrarla.
Además de ello, el término suerte, como concepto, es muy sufrido, ya que, como no se puede defender, aglutina todas las excusas de quienes no pueden argumentar de ningún otro modo aquellas cosas que no han sido capaces de lograr.
Además de ello, el término suerte, como concepto, es muy sufrido, ya que, como no se puede defender, aglutina todas las excusas de quienes no pueden argumentar de ningún otro modo aquellas cosas que no han sido capaces de lograr.
Hoy os voy a contar un secreto. Mi secreto, el que además se convierte en mi argumento. El que me hace no creer en ella, y a su vez ser archienemigo de todos aquellos que intentan relacionar los resultados positivos de los demás con el manoseado término “buena suerte”.
La palabra clave es Respeto. El respeto que le tengo a los demás, y que por supuesto, y en primer lugar, me tengo a mi mismo.
Y es que cuando hablamos de la buena suerte de los demás, no hacemos más que perderles el respeto en cuanto les restamos méritos a todas las acciones que pueden estar llevando a cabo para alcanzar los resultados que obtienen. No todo es cuestión de suerte. Tal vez lo que están haciendo es llevar a la práctica cosas que nosotros no somos capaces de hacer, bien por miedo, bien por comodidad, e incluso por estrategia.
¿La suerte puede ser una estrategia? Pues sí, ya que cuando delegamos en el falso azar la falta u omisión de acción para justificar unos resultados, estamos haciendo partícipe a un tercero, en este caso la suerte, de todo aquello que hemos dejado hacer por unas debilidades que no somos capaces de reconocer.
He dicho al principio que lo único que relaciono con la suerte son las probabilidades, y esto va más allá del ámbito profesional, porque cuantas más cosas intentamos más posibilidad de éxito tenemos. Si existe un 20 % de posibilidades de lograr algo, la constancia, la perseverancia, el entusiasmo, la creatividad y muchos mas factores que dependen exclusivamente de nosotros, hacen que ese porcentaje aumente. Y eso no es suerte, es actitud y determinación. La misma que negamos a los demás cuando les ninguneamos diciendo que todo lo anterior no existe porque es “buena suerte”.
Hasta aquí he hablado de lo groseros que podemos llegar a ser respecto a los demás cuando, puede ser que de manera involuntaria, apelando a ese término, les estemos faltando el respeto.
¿Y qué pasa con el respeto hacia nosotros?
Pues que dejamos de respetarnos en el mismo momento en el que las palabras mágicas, buena suerte, entran en juego, ya que con ello estamos diciendo que no somos capaces de hacer lo que hacen los demás, de que no estamos preparados, que no tenemos cualidades, que la vida juega en nuestra contra, que nos tienen manía, etc, etc, algo que no es más que una forma de limitarnos a nosotros mismos.
Si alguien es capaz de hacerlo y conseguirlo, nosotros también. Si alguien tiene habilidades y cualidades, en lugar de negárselas, pongámonos en marcha para igualarlo. No culpemos a los demás por nuestras limitaciones, nuestros miedos, o nuestras debilidades.
Los demás son responsables de su suerte (resultados), y nosotros de la nuestra.
Existe otra especie distinta y especial a la vez. Son aquellos, muchos por cierto, que hablan de su buena suerte. ¡¡Ojo!! De su buena suerte!! Estos son los “falsos humildes”, los que por puro postureo hablan de la suerte en primera persona para aparentar tener un valor de moda.
Estos son peligrosos también, porque además de perder el respeto a los demás, y a si mismo, viven conscientemente en una mentira, porque la humildad es un valor que hay que cultivar, y que no va ligado a la apariencia de no saber, sino todo lo contrario, se que puedo y lo hago, sin alardear de ello. Esto es humildad.
Decir cosas tales como; “no se como lo he hecho”, “me ha salido solo”, “el aire soplaba a mi favor”, etc, etc, delata a esos falsos humildes que enarbolan la bandera de la suerte en primera persona con el riesgo de que se les pueda llegar a tratar como unos simples “mindundis”.
La humildad es un valor tan grande, que transformarlo en simple postureo retrata a las claras la manera de ser de quienes la utilizan como tal.
Ahora ya sabéis porque no creo en la suerte. Porque respeto a los demás, y me respeto a mi mismo.
A partir de este momento seguiré haciendo lo que siempre he hecho hasta el día de hoy, construir mi futuro en primera persona para, cuando llegue al final de mi trayecto, poder decirle a mi hijo que,todo lo que he conseguido en la vida, sea mas o menos, habrá sido por todas las acciones que puse en marcha durante la misma, y que si en algún momento tiene la sensación de envidiar a alguien por las cosas que consigue, no crea que es porque la suerte ha tenido algo que ver en ello, de tal forma que pueda cambiar automáticamente sus pensamientos para pasar de envidia a admiración, y que sea ella quien le haga sacar y dar lo mejor de si mismo, para que esa energía bien administrada le lleve a ser la mejor persona que pueda llegar a ser. Y eso no será buena suerte. Eso habrá sido resultado de sus acciones y decisiones.
En todo caso, la buena suerte en este caso será mía si puedo llegar a verlo.
Aunque creo que tampoco, porque una vez mas, y en este caso por las cosas de la edad, todo será cuestión de probabilidades. Cumplir años es lo que tiene.
José Lorenzo Moreno López
©jlml2019
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