Están los que alcanzan los objetivos que se plantean una vez que esas decisiones han estado basadas en unos principios y valores directamente relacionados con su propia identidad, ya que han sido ellos quienes las han puesto en marcha, y están aquellos que caminan sin rumbo, sin valores personales y que dependiendo de cómo “sople el viento” deciden una cosa u otra, atendiendo a sus propios intereses personales que no siempre son los mismos que los intereses comunes de las organizaciones y equipos que representan.
Cuando hablo de los principios y valores, quiero decir lo que es la propia esencia de la persona, del Líder, y esos mismos ideales son los que llevan a tomar las buenas decisiones en aspectos menores y que no necesitan de grandes reflexiones anteriores. Son las decisiones del día a día, del minuto a minuto, de reflejar en cada instante lo que uno es y lo que uno trasmite a su equipo.
Estas decisiones son las que acaban forjando el Líder que somos y el que reflejamos ser. Estas decisiones, tal vez mínimas en cuanto a importancia, pero muy abundantes en cantidad, las cuales además no solemos reflexionar mucho, son las más importantes porque vienen dadas a través de nuestros valores, y por tanto, si estos son claros, sólidos, positivos y coherentes, el resultado que saldrá de las mismas será plenamente satisfactorio en cuanto a la ejecución, aunque en alguna ocasión no sea todo lo positivo que hubiésemos esperado en cuanto al resultado.
Si nuestro valor es el respeto, las decisiones que tomemos estarán basadas en el respeto, hacia nosotros mismos y hacia los demás. Si nuestro valor es la honestidad (algo que debería ir implícito con un Líder), las decisiones serán honestas. Otros valores pueden ser el servicio, la tolerancia, la generosidad, la perseverancia (si, la perseverancia es un valor importantísimo), cada uno puede tener los suyos, y lo que es mas importante es que no tendremos que forzar nada para que así lo sean, ya que nuestros valores se convierten en hábitos que repetimos una y otra vez porque van en adheridos a nosotros, a nuestra personalidad, a la que transmitimos a nuestros colaboradores, y a los que, dependiendo de la misma, les generaremos un nivel de compromiso acorde al entorno que nosotros como lideres habremos creado en un principio, pero que seguimos gestionando continuamente.
Tal vez haya personas que en el momento de tomar grandes decisiones sean capaces de disfrazar sus valores, ya que deben reflexionar mas, tienen que tener en cuenta seguramente a superiores jerárquicos que también tengan participación en las mismas, y entonces finjan una falsa apariencia que en nada reflejan lo que son, sino que se disfrazan de lo que los demás quieren ver.
Lo que realmente marca la diferencia son las pequeñas decisiones, ya que la suma de las mismas es el resultado de lo que somos, y es que una decisión es una acción, y esas acciones convertidas en hábitos positivos basados en unos valores consistentes, marcarán una verdadera diferencia positiva ante nuestros equipos, nuestra organización, empresa y entorno.
De vez en cuando tenemos que parar y reflexionar. Que no nos vendan la moto de que quien para se cae. Quien se para, piensa y actúa, es quien más posibilidades tiene de alcanzar su objetivo, ya que si no lo hacemos, puede ser que nos equivoquemos de camino, o simplemente nos estemos saliendo de la senda que deberíamos haber seguido.
Parar a pensar si nuestros valores son los adecuados es un habito muy saludable, ya que nuestras decisiones estarán alineadas con los mismos, y por tanto, cuanto más sólidos, estables y positivos sean, mayor posibilidad de alcanzar el éxito tendremos, ya que contaremos con el compromiso de nuestros equipos, que sin duda alguna, esperan estar liderados por personas consecuentes y con unos valores de calidad, que les ayude a progresar tanto como equipo como individualmente.
Por eso, revisar nuestros valores periódicamente, puede ser la mejor de las decisiones.
José Lorenzo Moreno López
©jlml2018
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